Rubén Darío, el Modernismo en Buenos Aires / 30 de marzo 2016
30 de marzo de 2016 / Sala Leopoldo Marechal Inauguración a cargo de Ezequiel Grimson, Director de Cultura Biblioteca Nacional; Fernanda Olivera, curadora de la muestra y Martín Katz Darío, bisnieto de Rubén Darío. La Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en colaboración con la Embajada de Nicaragua y con el aporte de Martín Katz Darío, bisnieto del poeta, desarrolla durante los meses de marzo a junio una muestra en homenaje al autor en la Sala Leopoldo Marechal. Se exhiben las obras que nuestra institución guarda en su acervo, muchas de ellas de un valor incalculable por ser manuscritos y primeras ediciones. Se expone material autógrafo del Museo Nacional de Bellas Artes, Museo Nacional de Arte Decorativo, Museo Mitre, Casa Museo Ricardo Rojas –que el público podrá ver por primera vez– y material fotográfico del Archivo General de la Nación y del archivo del diario La Nación. En el año dariano, propuesto por la República de Nicaragua y expandido a toda América, la Biblioteca Nacional se suma a los festejos de aquel a quien nuestro tango llamara con afectuosa admiración simplemente “Rubén”. La muestra Rubén Darío, el modernismo en Bueno Aires también contempla una serie de mesas de debate en torno a la figura del autor que ojalá tengan el espíritu feliz de las tertulias bohemias de boliches como los de Luzio, en donde tantas veces éste se topó con el humor cachador de José Ingenieros o Roberto Payró. Es que a partir de su llegada a Buenos Aires en 1893, Rubén Darío marcó la cultura local desde el cenáculo del que formaban parte figuras como Paul Groussac, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones hasta los bodegones donde algún poeta menor escribía un tango canción, justo un género en el que es más fácil toparse con un “pato” que con un cisne. Fue el escritor latinoamericano por antonomacia, el capaz de traducir y reinterpretar el decadentismo y el simbolismo europeos mientras fundaba la patria grande de Hispanoamérica que es la lengua; y fue además muy popular, lo que condujo a su amigo Evar Méndez a escribir en un número de la revista Martín Fierro un artículo titulado “Rubén Darío, el poeta plebeyo”, en donde lo titeaba: “Padeces ahora por el envilecimiento de ‘Era un aire suave’, de tu ‘Palimpsesto’, de tu ‘Coloquio de los Centauros’, de todos los poemas del libro delicioso y predilecto, que las Milonguitas del barrio de Boedo y Chiclana, los malevos y los verduleros de las pringosas ‘pizzerías’ locales recitarán, acaso, en sus fábricas o cabarets, en el pescante de sus carretelas y en las sobremesas rociadas con ‘Barbera’”. Entre el gran salón burgués en donde la cita culta trastabilla con una copa de Dom Pérignon y el leprosario de Martín García, entre la redacción local que recibe al mundo entero a través del traqueteo del telégrafo y la Exposición Universal de París, entre el aula y el bar bohemio, Darío se mueve con ligereza y la ductilidad cosmopolita (el cisne del Modernismo es anfibio). Y si su peso político no es el de un Sarmiento o un Martí y ya la crítica ha discutido que se lo asociara al Modernismo evasivo, no careció de una insistente sensibilidad social: como cronista ha atenuado su fascinación por París retratando sus zonas oscuras como la trata de niños y la xenofobia hacia los gitanos. Los escritos de Darío, pertenecientes a la Biblioteca Nacional, permiten seguir las pistas de esta titánica obra cuyo autor lejos de la iconografía kitsch de una Delmira Agustini que guardaba un canario muerto en una cajita de música y de la jeringa emblemática con la que solía fotografiarse un Herrera y Reissig, deja fundamentalmente textos, ediciones, cartas, poemas y crónicas.