Augusto Roa Bastos. Fragmentos del exilio porteño
13 de mayo de 2017 | Sala María Elena Walsh Inauguración de la muestra organizada por la Biblioteca Nacional en conmemoración del centenario del nacimiento de Roa Bastos. Un retrato de los años que el escritor vivió exiliado en Buenos Aires. Participan: Federico González Franco, Embajador República del Paraguay en Argentina; Alberto Manguel, director Biblioteca Nacional; Ovidio Ottaviano, Fundación Roa Bastos Argentina; Martín Kieffer & Lola Barrios Expósito. En 1947 Augusto Roa Bastos se vio obligado a exiliarse de Paraguay en medio de una guerra civil –también denominada Revolución de los Pynandí (“pies descalzos”)–, y eligió radicarse en Buenos Aires. Se quedó en el país hasta 1976, cuando nuevamente se exilió a causa del golpe cívico militar rumbo a Francia. Durante los 29 años que residió en Buenos Aires, escribió las obras más significativas de su producción literaria: El trueno entre las hojas (1953), Hijo de hombre (1960) y Yo el supremo (1974). Al mismo tiempo, desplegó una prolífica carrera como guionista de cine. En una entrevista en el diario La Nación el 17 de octubre de 1993, señaló que el exilio “es una doble mutilación: la pérdida de un territorio y luego la pérdida de la lengua. Hoy me encuentro escribiendo una lengua que no es la mía, es la del exilio”. El exilio, por lo tanto, acarrea una contradicción. Por un lado representa la pérdida y la angustia de no poder vivir en su patria, pero por otro lado es la circunstancia determinante bajo la que Roa Bastos se constituyó como escritor y logró reformular la relación entre historia y literatura en la tradición de la novela latinoamericana. Según decía el escritor paraguayo: “Nunca me sentí exiliado en Argentina, país en que me habría gustado nacer si el Paraguay no hubiera existido. Y Buenos Aires siempre fue para mí y lo seguirá siendo hasta el fin de mis días la ciudad más hermosa del mundo, intemporal, cosmopolita y mágica”. Así, a la vez que un destierro, el exilio es el modo en que Roa Bastos descubrió, a través de la escritura y la distancia, su propia patria: “una isla rodeada de tierra”.