Al mirar una foto no observamos otra cosa que nuestra propia extrañeza. Aun si se tratara de una imagen tomada por algunas de las cámaras digitales que proliferan –y que hacen al mundo no más conocido, sino simplemente más fotografiable–, no podemos dejar de sorprendernos por el gran logro de tornar exterior lo que parecía habitar en nuestra subjetividad. Miramos una plaza, un monumento, un edificio... y esas construcciones no existen más, o no existen más de ese modo. Queda un lugar, un paraje, el convite a comparar lo que hubo y lo que queda. Pero lo que no existe más es lo mirado. Solo la fotografía nos impulsa a creer que lo que desaparece no es la mirada. Pero si la mirada no desaparece, ¿desaparece el mundo? La confianza ingenua de que tal cosa no ocurriría, es la fuerza de la fotografía. Es evidente que Esteban Gonnet estructuró la organización de este álbum sobre la base de los progresos edilicios y urbanísticos de una Buenos Aires que era señalada como una de las grandes capitales del continente y, en tal sentido, apuntó su cámara hacia aquellos edificios emblemáticos –tanto públicos como privados– que otorgaban identidad y prestigio a la ciudad recostada sobre el Río de la Plata, en un innegable discurso visual vinculado al progreso.